junio 10, 2009

LA SEGUNDA GENERACION: LOS HIJOS DEL HOLOCAUSTO


M ás de cinco décadas han transcurrido desde aquel ocho de mayo de 1945 en que las tropas aliadas vencieron a Hitler, destruyendo la maquinaria nazi implementada para dar una “Solución Final” al problema judío. El tiempo ayuda, sin duda, a sanar las heridas y a disminuir el dolor sufrido por la pérdida de los seres queridos. Sin embargo, el paso de los años proporciona una nueva perspectiva y enfatiza el significado de los hechos.
El recuerdo del genocidio que modificó el devenir del pueblo judío continúa permeando la historia contemporánea, transmitiéndose de generación en generación.

Los herederos del Holocausto

Un complejo de emociones acompañaba el nacimiento del descendiente de un sobreviviente del Holocausto. Muchas mujeres temían ser estériles por las lesiones físicas que habían sufrido. El no tener descendencia era una especie de última derrota ante el nazismo, por ello, cada niño era considerado un ser especial, prueba tangible no sólo de la sobrevivencia individual, sino de la subsistencia de todo el pueblo judío. La nueva vida concebida a pesar de las adversas circunstancias, era un valioso regalo divino.
El mundo había demostrado ser un lugar peligroso para los menores, especialmente para los judíos. Un millón y medio de niños había sido asesinado durante el Holocausto y los adultos continuaban librando una guerra personal muy intensa en la que la victoria final sólo se lograría a través de sus hijos.
El rol de los padres

En el judaísmo la familia es altamente valorada. La celebración de la vida humana se resume en el mandato bíblico que indica “Creced y multiplicaos” (Génesis 1:28) y la madre, en particular, ha jugado un rol relevante en la educación de los niños como responsable de transmitirles, desde el nacimiento, los valores fundamentales que constituyen su herencia y su identidad.
Sin embargo, ¿qué sucedió con las mujeres y los hombres que fueron víctimas de la barbarie nazi? En múltiples ocasiones, a raíz de su propio sufrimiento, su habilidad para responder apropiadamente a las diversas etapas del desarrollo de sus hijos se veía deteriorada y se mostraban incapaces de establecer límites e impulsar la curiosidad infantil.
Por sus experiencias durante el Holocausto, los sobrevivientes veían en sus hijos la revocación de su sentencia de muerte y de su encuentro con la destrucción. Con frecuencia estos niños eran sobrevalorados y lo que se esperaba de ellos excedía por mucho a sus habilidades reales. El que los padres satisficieran sus necesidades emocionales a través de su familia se convirtió en un ingrediente crítico para su sobrevivencia psicológica.
Las actitudes de los padres variaban. Algunos simplemente se mostraban incapaces de invertir emocionalmente en sus hijos. Muchos otros aún se encontraban sufriendo su propia pérdida. Hubo quienes se sentían emocionalmente exhaustos y carecían de recursos adecuados para educar a sus hijos. La disciplina era muy rígida o caóticamente ineficaz y rara vez se aplicaba en relación a las necesidades reales de los hijos. Consecuentemente, los niños tendían a responder con comportamientos destructivos o aún explosivos.
Había parejas que esperaban que sus hijos fuesen una especie de reencarnación de los seres queridos que murieron durante el Holocausto. Es por ello que cientos de niños no fueron tratados como individuos sino como objetos, como una posesión que proveía de sentido a una vida considerada como vacía y que les permitía reivindicar el sufrimiento del que habían sido objeto. Fue así como esta segunda generación vivió no sólo su propia existencia sino la de su hermano, hermana, padre o abuelo desaparecidos durante la guerra. Frecuentemente sentían que ocupaban el lugar de otro o que vivían como fantasmas y tenían que luchar por alcanzar la versión idealizada del añorado familiar.
Siendo que las necesidades emocionales de los adultos habían sido reprimidas o negadas durante la guerra, en numerosas ocasiones, inmersos en su deseo por restituir la vida de los seres queridos y temerosos de experimentar una nueva pérdida, los padres se preocupaban más por su propia situación que por la de sus hijos.
La actitud de los hijos

En un estudio realizado en 1975, se detectó que aun cuando los hijos de sobrevivientes tenían conciencia de la trágica historia de sus progenitores, la mayoría conocía tan sólo fragmentos aislados. Mientras que algunas parejas se rehusaban a compartir con sus hijos sus terribles experiencias, otras narraban constantemente las historias de su pasado sin lograr transmitir una imagen completa de lo que fue su vida antes y durante el Holocausto.
La respuesta de los niños a los relatos sobre el genocidio incluían el aislamiento, la negación, la angustia, la culpa, la ira hacia al mundo y el enojo hacia sus padres por someterlos a los horrores del pasado. La mayoría temía cuestionar directamente a sus mayores por temor a causarles daño. Un gran número de hijos de sobrevivientes expresó que el conocimiento de los hechos les producía un gran dolor y muchos otros afirmaron que admiraban a sus padres por su habilidad para resistir las abrumadoras condiciones sufridas en los ghettos y en los campos de concentración.
Al entrevistar a los niños, hablaron de la inhabilidad de sus padres para satisfacer sus necesidades emocionales, del comportamiento extremadamente controlador o sobreprotector de los mayores y, más aún, del hecho de que sus progenitores les transmitieran la idea de que lo único de valor para ellos eran los hijos.
Al conocer las circunstancias en las que vivieron los judíos europeos durante la Segunda Guerra Mundial, los hijos de sobrevivientes tuvieron, ellos mismos, que confrontar una catástrofe. Para esos niños cuyos padres aún conservaban las cicatrices del Holocausto, el conocimiento del pasado y la constante presencia de las imágenes de destrucción constituían una experiencia traumática.
Rasgos psicológicos de las familias de sobrevivientes

Diversos psicólogos han clasificado las familias post-Holocausto en cuatro grandes categorías:
1. Familia víctima.- Se describe como aquella en donde la identidad dominante del sobreviviente es la de “víctima”. Se caracteriza por una profunda depresión, preocupación y desconfianza ante el mundo exterior e interés por mantener una relación familiar simbiótica.
Estas familias se mostraban tan preocupadas por su sobrevivencia que acumulaban comida y dinero ante el temor de que ocurriese otro Holocausto. Los padres advertían a sus hijos que debían mantener un perfil bajo, que no era conveniente resaltar entre las multitudes.
Generalmente, los jóvenes permanecían más años en la casa paterna y al abandonar el hogar continuaban en estrecho contacto con sus mayores. Un gran porcentaje de los niños de este tipo de familias se mostraba altamente motivado a tener éxito académico y profesional con el fin de recompensar el sufrimiento de sus padres.
2. Familia luchadora.- El término fue utilizado para definir la forma en que los sobrevivientes describían su rol espiritual y físico durante el Holocausto (activos combatientes en la resistencia o sobrevivientes en los ghettos y campos de concentración) o la postura que adoptaron después de la guerra para contrarrestar la imagen del judío victimizado.
La atmósfera en un “hogar luchador” se encontraba permeada por un intenso impulso por construir y lograr. La enfermedad se enfrentaba sólo cuando se convertía en una crisis. El orgullo era considerado una virtud. A su vez, la relajación y los sentimientos placenteros eran vistos como superfluos, como una pérdida de tiempo. La confianza y la auto-afirmación, la habilidad para resistir el stress y sobrepasar los obstáculos eran altamente fomentadas y alabada. La familia luchadora no confiaba en la autoridad externa y, a diferencia de otras, permitía y fomentaba la agresión en contra de los “extraños”.
Los miembros de estas familias “nunca jamás” permitirían que un suceso tan trágico los tomase desprevenidos. Las instrucciones a sus hijos eran muy claras: “Nunca se rindan”.
3. Familia aturdida .- Generalmente ambos padres habían sido los únicos sobrevivientes de grandes familias. La pauta común era la “no agitación”. Tanto el padre como la madre parecían estar siempre en estado de shock y resignación. Rara vez transmitían detalles de sus vidas, no obstante sus hijos tenían la convicción de que se encontraban marcados por el pasado.
Al mantenerse unidos, sin pelear entre sí, los padres no sólo excluían a los hijos, sino que con frecuencia los negaban. Era común que estos niños consideraran a sus progenitores como personas viejas y distantes, por lo que adoptaban a otras figuras de autoridad y a sus amigos como familia en un intento por encontrar modelos con los cuales identificarse y poder así, aprender a vivir.
4. Familias que “lo lograron”.- Muchos de los sobrevivientes de este grupo se sentían motivados por fantasías de guerra y el deseo de “hacerla en grande” si eran liberados, y arremeter la última derrota en contra de los nazis. Algunos otros sentían la poderosa necesidad de actuar como testigos. Persistentemente buscaban una educación superior, un status político y social, fama o riqueza y al igual que otras familias de sobrevivientes, utilizaban estos recursos en beneficio de sus hijos más que por satisfacción propia.
Un importante número de sobrevivientes de este grupo ha dedicado gran parte de sus energías a promover las conmemoraciones y el reconocimiento del sufrimiento judío durante el Holocausto, exigiendo un trato digno para las víctimas. Utilizan su experiencia para ayudar a otros a comprender las raíces del genocidio y encontrar medios para prevenir que vuelva a ocurrir.
*Conclusiones

A partir de 1976 comenzaron a surgir grupos terapéuticos para ayudar a los hijos de sobrevivientes. Asociaciones como la “Red Internacional de Hijos de Sobrevivientes del Holocausto”, los han ayudado a sobrellevar el trauma del genocidio judío. Los que participan en estas agrupaciones logran integrar la catástrofe familiar y las numerosas pérdidas sin convertir al Holocausto en factor central de su identidad.
Actualmente la mayor parte de los hijos de sobrevivientes son individuos que con éxito vencieron el dolor y las pesadillas. Muchos de ellos eligieron profesiones de servicio social como respuesta a las injusticias que sufrieron sus antepasados, con el anhelo de ayudar a otras víctimas de la injusticia y la opresión. Transformaron los sentimientos de culpa, odio y dolor en una necesidad de trabajar para crear un mundo mejor. Más aún, al tener la oportunidad de sufrir colectivamente, lo que era considerada una experiencia abrumadora adquiría un nuevo significado que les permitía convertir la memoria del sufrimiento en acciones que reafirmaban su existencia.
Cada hijo de sobreviviente simboliza la indestructibilidad del pueblo judío; encarna la victoria sobre quienes intentaron destruir al judaísmo y, a la vez, proporciona significado a sus vidas. Hoy en día esa segunda generación está constituida por padres de familia. A pesar de que nacieron después de la guerra, son herederos del Holocausto y constituyen un puente entre dos mundos. Muchos llevan el nombre de familiares que nunca conocieron. Para ellos, el genocidio judío no es un fenómeno histórico y abstracto. Representa su pasado, la vida de sus padres y la muerte de sus abuelos. Para esos niños y jóvenes, las seis millones de víctimas no son tan sólo una estadística y consciente o inconscientemente sufren un proceso de duelo por los seres que nunca conocieron.

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